Viví algunos años bajo el mar, recolecté las alas de mujeres-ave que emigraron a esos lares alejándose de la humillación de ser mito en un tiempo de ciencia. Los emplumados miembros se volvieron inútiles en tales condiciones, sus piernas se fusionaron y envolviéronse con capas de escamas verdes, azules, violetas, naranjas, amarillas, rojas y de todos los colores existentes en la gama tonal de sus exquisitas voces; yo soplaba un caracol marino burbujeante, y las pompas se arremolinaban danzando al ritmo de las corrientes producidas por un canto submarino.
Viví algunos años bajo el mar, miraba los ocasos desde mi ventana de Coral y los amaneceres desde el hotel de paso situado en la mitad de alguna embarcación perdida en las profundidades. Las mujeres-pez partían después del amanecer; tras haber tejido durante la noche los hilos de una delicada, suave y fina red para proteger las aguas; y es un trabajo duro el que ellas hacen, el mar entero se expande, se conecta con el cielo (donde la luna ejerce un papel equivalente al de las mujeres-pez).
Viví algunos años bajo el mar, salí con las alas cortadas a las perfectas espaldas de las mujeres-pez, tomé una espada de algas y uno a uno, fui cortando cada par, su sangre verdiazul fue suficiente para teñir el mar, y sus lágrimas azul celeste llegaron hasta el firmamento. Todo el cielo de añil y verdiazul el mar, se tuvo que salar el agua para suturar las heridas, que si seguían fluyendo convertirían al agua de mar en acuarela; la sal produjo un ardor tan intenso que sus lágrimas saturaron durante la noche el cielo de azur, desbordándose una parte hasta el atardecer.
Viví algunos años bajo el mar, pero volé.
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